El Refrigerador, sin tomar en cuenta las notorias diferencias que median entre ambos, se ha enamorado de la Cocina.
Ella, achaparrada, morena, ardiente por naturaleza, lo mira con sus cuatro ojos abrasadores, y es fácil percibir el cálido sentimiento que esconde en su interior, en ese corazón volcánico listo para encenderse ante la menor provocación.
A él, tan alto, tan pálido, tan glacialmente serio, le cuesta revelar lo que siente.
Solo de vez en cuando deja ver su luminoso yo interior. Enseguida el deber se impone y recuerda que no puede permitirse tales efusiones, volviendo a cerrarse.
Tras su habitual reserva conserva un alma fresca, en la que conviven esperanzas color lechuga, materia sometida al más helado imperio, una láctea pureza monástica, un sinfín de coloridos y fragantes elementos...
De tanto pensar en ella, ya ha tenido dos cortocircuitos.
La familia ha sido advertida que, de repetirse esta situación, no hay garantía alguna de que logre sobrevivir a un tercero. Pero él no puede evitar lo que siente. Aunque hasta la pequeña Lata de Paté entienda que ese romance no tiene futuro alguno.
Como la musical Carmen, pero sin un Bizet que la inmortalice, la provocativa gitana doméstica acabaría por arruinar al ascético objeto de sus amores si llegaran a unirse alguna vez.
Anulado por su abrazo, él no solo perdería identidad, sino también el trabajo que es la razón de su existencia. Incapaz de cumplirlo eficientemente, pronto habría otro ocupando su lugar.
No solo en el ámbito hogareño, sino también en el afecto de la coqueta.
Aunque tal vez esto suceda de todos modos. Según murmuran ollas y sartenes, que son quienes mejor la conocen, la muy voluble ya le está haciendo guiños entusiastas al sustituto del Viejo Calefón, el recién instalado Termotanque Esplendoroso.
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Hace 7 años.
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